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Nuestros profesores hablan

Las universidades, el virus y la crisis humanitaria
Dr. Henning Jensen Pennington
Rector de la Universidad de Costa Rica
Expresidente de la UDUAL

Vivimos momentos difíciles para nuestras universidades, nuestros países y la humanidad como un todo. Ante la aparición del Covid-19, las universidades latinoamericanas y caribeñas han tomado decisiones e impulsado procesos para hacerle frente a una situación excepcional de manera responsable. Posiblemente no existe ninguna universidad del mundo, ni tampoco ningún sistema de salud, que estuviera totalmente preparado para resolver, sin dificultades, vicisitudes repentinas y cambiantes como las que ahora han emergido.

Como a muchas personas, me alegra constatar que las autoridades nacionales de mi país, sobre todo del campo de la salud, han actuado con buen juicio y oportunamente. Lamentablemente, esto no ha sucedido en todos los países de nuestra vasta región, debido a diversas razones: en unos casos porque sus sistemas sanitarios son frágiles en extremo y, en otros, porque sus gobernantes se encuentran enajenados de sus propias poblaciones, sus políticas obedecen a principios caprichosos o desprecian las directrices dictadas por el conocimiento fundamentado.  

A la ciudadanía y a las universidades, tanto públicas como privadas, nos toca apegarnos a las directrices sanitarias que ayuden a combatir la crisis, por el bien de todas las personas; y, además, contribuir con nuestro ingenio y nuestras capacidades.

A lo interno de nuestras universidades, debido quizá a la novedosa y alta complejidad de la situación actual, observamos una fase inicial de dubitaciones que ha cedido su lugar a un gran compromiso con la migración a mediaciones pedagógicas asistidas por la tecnología, al tiempo que trabajamos en conjunto con otras instituciones de nuestros países para avanzar hacia una disminución de la brecha digital que afecta tanto a muchos sectores de la población, en general, como a un porcentaje importante de nuestros estudiantes. En ambos aspectos – mediación pedagógica y brecha digital -, podemos ver que, en muchas universidades de nuestra región, se dan pasos acelerados y significativos que superan en magnitud lo realizado en el pasado.

Nuestras universidades articulan iniciativas que contribuyen a superar necesidades imperiosas en la atención de la crisis sanitaria. También presentan múltiples propuestas para orientar las decisiones políticas y económicas hacia opciones solidarias.

Todo esto significa que las universidades latinoamericanas y caribeñas, de acuerdo con los principios que definen su más íntima esencia de compromiso social, han vuelto su mirada hacia afuera, a la sociedad a la que sirven, sin descuidar sus obligaciones internas. Este ejercicio de compromiso no puede realizarse con universidades cerradas, sino con universidades que, tomando en serio las medidas sanitarias correspondientes, puedan garantizar el flujo de procesos básicos que apoyen la posibilidad y buena marcha de las actividades solidarias con las poblaciones nacionales y el trabajo conjunto con instituciones públicas y empresas privadas, según corresponda. Es la hora de combinar la responsabilidad, la solidaridad y la cooperación.

En todos nuestros países, las universidades constituyen un eslabón de muchas cadenas de procesos esenciales para sus respectivas poblaciones; por ejemplo, en la producción de hemoderivados, en el aseguramiento de la calidad de los medicamentos, en la certificación de granos y semillas, en la determinación de la inocuidad de alimentos para humanos y animales, así como en muchas otras actividades que abundan en cantidad y méritos. Se trata de aportes imprescindibles en momentos de crisis. Somos un elemento insustituible en procesos y acciones que benefician a toda la comunidad.

En estas circunstancias, no podemos ignorar que nos encontramos ante una crisis humanitaria de inmensas proporciones que abarca a todo el planeta. Estimaciones estadísticas vienen y van, y difieren entre sí en los cálculos específicos, pero en un tema coinciden: el desempleo afectará a muchos millones de personas, la pobreza aumentará considerablemente y todo ello producirá hambre. Tendremos un escenario que intensificará las tensiones nacionales, regionales e internacionales.

La crisis humanitaria, que se extiende más rápidamente que las medidas para contenerla, no podrá ser resuelta por la vía de propuestas aisladas. En el seno de cada país, se requerirán esfuerzos colectivos e integrales, con participación de todos los sectores, tanto públicos como privados. Nadie – ninguna persona, institución o empresa- deberá quedarse fuera, ni en dar ni en recibir, según sus posibilidades y necesidades, con justicia y equidad. La pandemia ha conducido a una suspensión de actividades laborales y productivas -en todos los niveles y en todas las áreas-, cuyas consecuencias deben ser asumidas mediante esfuerzos globales.

En la dimensión internacional, una economía entrelazada en múltiples aspectos no podrá salir adelante sin la cooperación entre los Estados. La misma crisis sanitaria demuestra sin ambages que la interconexión multitudinaria, en todas las direcciones y latitudes, nos incorpora en una especie de burbuja planetaria, de la cual somos parte.

Esta es también la hora de la compasión: de identificarnos con el sufrimiento de los otros; y es la hora de la generosidad. Pablo Neruda encontró una bella manera de expresarlo:

No hay soledad inexpugnable. Todos los caminos llevan al mismo punto: a la comunicación de lo que somos. Y es preciso atravesar la soledad y la aspereza, la incomunicación y el silencio para llegar al recinto mágico en que podemos danzar torpemente o cantar con melancolía; mas en esa danza o en esa canción están consumados los más antiguos ritos de la conciencia: de la conciencia de ser hombres y de creer en un destino común. 

En la misma ocasión, Neruda advirtió la ignominia de la cual debemos librarnos:

Hay que mirar el mapa de América, enfrentarse a la grandiosa diversidad, a la generosidad cósmica del espacio que nos rodea, para entender que muchos escritores se niegan a compartir el pasado de oprobio y de saqueo que oscuros dioses destinaron a los pueblos americanos.

Las universidades latinoamericanas y caribeñas, y sus comunidades académicas, debemos ser parte de esa responsabilidad ética que compartimos con todos los sectores de nuestros países: contribuir a vencer el virus y el hambre.